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Sin Filtros Sociales, desde Barcelona.

Lo que muchos sienten pero pocos dicen.

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Lee los artículos de Joan Rubio.
Ser adulto y no tener amigos:
¿Fracaso social o nueva normalidad?
El silencio incómodo del siglo XXI
Nadie te prepara para esto.

Te hablan de estudiar, de trabajar, de independizarte, de formar pareja. Pero no te dicen que un día, siendo adulto, vas a mirar tu agenda y te vas a dar cuenta de que no tienes con quién tomarte un café sin que sea por trabajo o compromiso.
Y lo peor es que nadie lo dice en voz alta.

Porque admitir que no tienes amigos cuando ya tienes una edad se siente como confesar que algo ha salido mal en tu vida.
Como si hubiera un fallo en ti.
Como si fueras menos valioso.
Pero... ¿realmente lo es?

Vivimos en un mundo acelerado, donde cada uno está atrapado en su rutina.
Donde hacemos match con extraños, pero no sabemos cómo profundizar en una conversación con alguien que conocemos hace años.

Donde las prioridades cambian: la pareja, los hijos, la carrera, el gimnasio, la terapia, el email pendiente. Y la amistad, esa que requería tiempo, espontaneidad y espacio compartido, queda relegada a un “a ver si quedamos” eterno.

Entonces, ¿Qué está pasando?
¿Somos unos fracasados sociales?
¿O es simplemente una nueva forma de vida en la que la amistad ya no ocupa el lugar que tenía antes?

Hay una diferencia importante entre estar solo y sentirse solo.
Puedes tener mil contactos y sentirte aislado.
Y también puedes tener una sola persona con la que ser tú mismo, y sentirte acompañado.

Pero si no tienes a nadie, si no hay una sola persona con la que puedas ser sincero sin miedo a juicio, entonces sí, hay algo que merece ser mirado.

No desde la culpa.
No desde el juicio.
Sino desde la honestidad.

¿Te abriste a alguien últimamente?
¿Buscaste nuevas conexiones o esperas que caigan del cielo?
¿Estás demasiado ocupado siendo funcional como para permitirte ser emocional?

Ser adulto y no tener amigos no debería ser un motivo de vergüenza.
Pero tampoco una condena silenciosa.
Debería ser un llamado a revisar cómo estamos viviendo y cómo queremos vivir.

En Sin Filtros Sociales creemos que no tener amigos no es un fallo personal.  
Y como todo síntoma, no se soluciona escondiéndolo, sino escuchándolo.

Porque en el fondo, todos queremos lo mismo:
Un lugar donde podamos ser nosotros mismos sin filtros. Y alguien que se quede ahí, incluso cuando nos caemos.
¿Por qué nos atrae lo que nos duele?
Cada historia parece distinta, pero el guion es el mismo.
Cambian los nombres, las ciudades, los mensajes en el móvil.
Lo que no cambia es la sensación final: ese eco que vuelve tras cada ruptura —¿por qué siempre me pasa lo mismo?
No es casualidad. Detrás de esa atracción repetida por personas que duelen hay un patrón emocional más antiguo que el presente.
No elegimos desde la conciencia, sino desde la herida.

La mente no busca amor, busca lo familiar
El cerebro no persigue la felicidad; persigue lo conocido.
Si en la infancia aprendiste que el amor se mezclaba con tensión, tu cuerpo asociará la calma con vacío y el conflicto con conexión.
Así, cuando alguien te da paz, algo dentro te dice: “esto no es amor… es aburrimiento”.

Repetimos para reparar
Inconscientemente, volvemos a vivir lo que una vez nos dolió.
Buscamos al ausente, al controlador o al indiferente, tratando de escribir el final que no pudimos tener.
Pero la historia se repite, no porque no sepamos amar, sino porque intentamos sanar en el lugar donde nos rompimos.

El cuerpo también se vuelve adicto
Las relaciones tóxicas no solo capturan la mente: capturan el sistema nervioso.
La mezcla de adrenalina, dopamina y ansiedad crea una química adictiva.
Por eso, cuando aparece una persona estable, el cuerpo —acostumbrado al drama— no siente “chispa”.
Se confunde intensidad con amor.

El espejo que no miente
Cada relación muestra el punto exacto donde aún no te eliges.
Toleras el control porque aprendiste a callar.
Persigues lo inalcanzable porque te enseñaron a esperar.
Te aferras a lo que te hiere, porque creíste que amar era resistir.

Romper el ciclo
Sanar el patrón no es olvidar el pasado, sino entrenar al cuerpo a reconocer la calma como amor.
Aprender a elegir distinto.
A distinguir entre conexión y confusión.
A enamorarte de la estabilidad, no del vértigo.
🌿 Y si estás listo para hacerlo…Te ayudo a romper ese patrón desde la raíz.
No desde teorías, sino con herramientas prácticas para entrenar nuevas respuestas emocionales y dejar de repetir el mismo tipo de relación una y otra vez.

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🧭 Joan rubio  — Analista del comportamiento especializado en romper patrones repetitivos.
No repitas la historia. Escríbela de nuevo.
¿Tienen éxito las relaciones abiertas?
Barcelona — Hace algunos años, una amiga me propuso una relación abierta. No supe qué decir. O, mejor dicho, supe perfectamente lo que sentía: miedo. Miedo a perderla, miedo a no entender, miedo a salir herido. Dije que no, y no fue un no moral, sino un no existencial. No comprendía cómo podía coexistir el amor con la posibilidad de otros amores.

Hoy, esa misma pregunta —¿funcionan las relaciones abiertas?— está en el centro de una conversación global sobre el amor, la libertad y la identidad. De los cafés de Brooklyn a los bares de Berlín, pasando por las terrazas de Madrid, cada vez más personas se preguntan si la monogamia es la única vía legítima para amar.

La revolución discreta del amor libre
En su definición más sencilla, una relación abierta es un acuerdo consensuado entre personas que deciden mantener un vínculo amoroso o romántico mientras se permiten otras relaciones —sexuales o afectivas— sin que esto se considere una infidelidad.

El término forma parte del amplio paraguas del amor libre, una corriente que reivindica la honestidad emocional y la autonomía afectiva. “Se trata de renunciar a la idea de propiedad sobre el otro”, explica la filósofa argentina Marina Ferrario, autora de Amor sin jaulas (2018). “No significa amar menos, sino redefinir los límites de lo que entendemos por amor.”

En otras palabras, el amor libre no se trata de tener muchas relaciones, sino de tener relaciones transparentes.

La promesa y el vértigo
Quienes defienden este modelo aseguran que las relaciones abiertas son una forma madura de vivir el deseo. Que permiten explorar la sexualidad sin romper la confianza. Que favorecen la comunicación, porque obligan a decir aquello que normalmente se calla.

Pero la teoría rara vez sobrevive intacta al roce de la realidad. Celos, inseguridad y miedo son emociones que inevitablemente emergen. Según una encuesta reciente del Kinsey Institute, solo el 20 % de las personas que intentan una relación abierta la mantienen más de dos años sin volver a la monogamia.

“Lo más difícil no es compartir el cuerpo, sino compartir el significado”, señala la psicóloga mexicana Diana Pineda, experta en vínculos contemporáneos. “Cada encuentro con otra persona reconfigura el sentido de la relación principal. Si no existe un suelo emocional sólido, todo se tambalea.”

Un pacto que exige más comunicación, no menos
Paradójicamente, quienes practican las relaciones abiertas suelen tener normas más estrictas que las parejas monógamas. No se trata de “todo vale”, sino de todo se habla. Cuándo, con quién, cómo, qué contar y qué no.
“Una relación abierta no salva una pareja”, advierte Pineda. “Al contrario, puede ser su prueba más dura.” Solo puede funcionar si la confianza está firmemente construida antes de abrir la puerta.
Por eso, los terapeutas coinciden en tres pilares esenciales:
  1. Estabilidad previa: abrir una relación inestable solo amplifica el caos.
  2. Acuerdos claros: la libertad necesita estructura.
  3. Cuidado emocional y sexual: sin salud y respeto, la apertura se vuelve riesgo.

La paradoja de la libertad
En el fondo, esta conversación revela una tensión más profunda: el deseo de libertad frente al deseo de pertenencia.

Vivimos en una época que celebra la independencia, pero seguimos anhelando el refugio de un vínculo seguro. Queremos amar sin ataduras, pero tememos que la libertad del otro nos excluya. Quizá las relaciones abiertas son el intento más reciente de reconciliar esas dos fuerzas contradictorias del alma humana.

El sociólogo británico Anthony Giddens lo describió como el “amor confluente”: un amor que se mantiene mientras ambas partes lo eligen activamente, no porque la tradición lo imponga. Es el amor de una era sin certezas eternas, pero con deseo de autenticidad.

Entonces, ¿funcionan?
La respuesta, como casi siempre, es: depende. Depende de quién eres, de qué buscas, y de si eres capaz de sostener la transparencia radical que este tipo de vínculos exige.
Lo que sí parece cierto es que las relaciones abiertas han ampliado el mapa del amor. Han introducido nuevas conversaciones sobre los celos, la confianza y la autonomía. Nos obligan a mirar de frente lo que antes se escondía tras la palabra “fidelidad”.

Quizás el mayor cambio no está en las relaciones, sino en nuestra manera de entender el amor: menos como una posesión, más como una elección continua.

“Solo podemos aprender a amar amando”, escribió Iris Murdoch. Tal vez las relaciones abiertas no sean la respuesta definitiva, pero sí una nueva pregunta que nos recuerda que amar, siempre, es una forma de aprender.
Desde Barcelona
Artículos y Opiniones de Joan Rubio
Libre en un mundo de control, verdadero en una sociedad de apariencias y valiente en un sistema de miedo.

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Joan Rubio
Analista del Comportamiento
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